Bitácora escrita desde Sealand

domingo, 26 de octubre de 2008

Teruo Nakamura

Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón.

Louis-Ferdinand Céline

Teuro Nakamura fue un amis. Los amis no son anabaptistas anacrónicos que van por ahí en carromatos, sino una raza aborigen de Taiwan que se dedicaban a la caza y la recolección. Nació en 1919. En aquel tiempo, Taiwan era japonesa. De acuerdo con esto, Teruo Nakamura era japonés.

En 1943, con 24 años, casado, se alistó en el Ejército Imperial como uno de los Voluntarios de Takasago, con la esperanza de lograr un estatus superior. Los japoneses decían que los aborígenes taiwaneses se podían mover extremádamente rápido por la jungla y ver en la oscuridad, lo que supuso una excusa para enviarlos a misiones peligrosas con escaso apoyo logístico. Aunque al principio les destinaron a misiones de suministro y transporte, el endurecimiento de la guerra les llevó al frente de batalla. En 1944 estaba destinado en Morotai, una isla de 1800 km2 al norte de Indonesia. Eran 500. Una fuerza conjunta de estadounidenses, holandeses y australianos invadió la isla para montar una base de cara a la captura de Filipinas. Los aliados eran 50.000, cien veces más. 300 japoneses murieron, entre ellos el oficial de Nakamura, que le dio órdenes de resistir. Eso hizo.

Hasta 1947 vivió sólo, pero luego se juntó con otros soldados japoneses. No sabían que la Guerra se había acabado. En 1956 se separó de ellos—asegura que le atacaron—y montó en la jungla, junto a un acantilado su propio campamento de 20 por 30 metros con una empalizada de bambú y una pequeña cabaña hecha de hierba. Vivía desnudo, a base de patatas y plátanos. Sus antiguos compañeros se entregaron, pero él no. Y así pasó casi veinte años.

En 1974, un nativo de Morotai le encontró por casualidad. Avisó a las autoridades. Cuatro miembros de las fuerzas aéreas localizaron su cabaña, se establecieron cerca, y cantaron el himno nacional japonés y otras viejas canciones de guerra para atraerle. Nakamura, de 55 años, salió desnudo de su campamento a ver qué pasaba allí. No sabía que la guerra había acabado. Le capturaron y le enviaron a un hospital de Yakarta. Estaba en una forma excelente. Su campamento estaba tan aislado que los periodistas japoneses no pudieron visitarlo.

De repente el mundo entero se enteró de su existencia, pero sobre todo los japoneses. En 1973 había aparecido el sargento Shoichi Yokoi defendiendo su parcelita en Guam. Le declararon héroe nacional. En marzo de 1974 el teniente Hiroo Onoda se había rendido en Filipinas. Se hizo tan popular que le pidieron que se presentase a las elecciones.

Pero el caso de Nakamura era diferente. Era el tercero que aparecía en poco tiempo, lo que hacía preguntarse a los japoneses cuántos ancianos desnudos defendiendo su puesto quedarían en islas remotas. Incluso el honor japonés tiene un límite cuando se trata de ancianos desnudos. Onoda se había rendido vestido con su uniforme de oficial, pero Nakamura era un soldado raso. Además, si Nakamura había sido japonés alguna vez, ya no lo era. Legalmente no tenía país, pues nunca había figurado en el censo de Taiwan. Las relaciones de Japón con China eran muy tensas. La cuestión de si Japón debía reconocer Taiwan no había sido sencilla. Y lo que es peor: a Nakamura le daba exactamente igual si su casa de Taiwan estaba gobernada por japoneses, chinos o cualquier otro.

Además, había otro problema: Los veteranos y viudas taiwaneses estaban pidiendo pensiones a los japoneses. Después de 30 años viviendo solo, era el centro de un debate sobre el colonialismo.

Aunque se consideraba japonés, le enviaron a Taiwan. Allí le pusieron un nombre extraño: Liu Kuang-Hwei. Él se llamaba a sí mismo Nakamura. No se sabe si quería volver a casa. A su alrededor se montó una polémica sobre si había sido discriminado o no, y se revisaron las relaciones con las antiguas colonias del Japón. El tema de su pensión replanteaba el pasado imperial de Japón y su olvido de los soldados coloniales. No le correspondió pensión de guerra. En su lugar, le dieron 68.000 yens (227.59$). A Onoda le habían dado dos millones. Se montó un pollo y una asociación reunió un millón de yens para Nakamura. Pero siguieron las polémicas. ¿Se había alistado libremente o había sido una víctima del imperialismo? ¿Eran los indígenas taiwaneses felices antes de que llegase la civilización japonesa? A Nakamura estas cuestiones le daban igual. Decía que era japonés, que todo el mundo se alistaba, que veía extraño cuestionarse las órdenes y que era normal querer morir por el emperador.

En Taiwan las cosas eran diferentes. Allí la duda no era si se trataba de un héroe, sino si era un soldado del ejército invasor japonés. La única explicación favorable era que se había negado a rendirse por miedo al ejército nipón. En Taiwan había otra cuestión a resolver ¿Los indígenas seguían amando Japón? Los diarios insistieron en que Nakamura reconocía más facilmente una fotografía de Chiang Kai-shek que del Emperador de Japón. La insistencia de Nakamura, en el ojo del huracán, en declararse japonés y en decir que hablaba mejor japonés que la lengua ami empeoraba las cosas. En los diarios se preguntaban por qué los indígenas aún estimaban Japón, aún cuando les habían olvidado tras la guerra. Uno de ellos tituló "¡Por favor, odiad a Japón más!".

Teruo Nakamura murió en 1979 de cáncer de pulmón.

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